Fuente: Gaceta UNAM

Benno de Keijzer*    

Muchos hombres crecimos observando escenas de cine o TV en las que el protagonista le plantaba un beso forzado / apasionado a la protagonista y ella se derretía (o callaba). Finalmente, ¿qué tiene de malo un beso robado? Dirán otros: ¿y el piropo?, ¿y los tocamientos? ¡Es normal! ¡Es una exageración quejarse y protestar! Si sólo fue un beso, fue jugando; es un chiste.

Precisamente la normalización del acoso masculino y minimizar sus consecuencias son efectos persistentes de una masculinidad machista y tradicional. Y esto ocurre en el deporte, las aulas universitarias, la calle y el espacio doméstico, donde solemos ejercer nuestras expectativas de autoridad y de servicios por parte de las mujeres.

La campaña #Mi primer acoso mostró cómo esa experiencia inicial ocurre a edades muy tempranas en muchas niñas y jóvenes. El movimiento MeToo delató lo mismo a nivel mundial. Escándalos van y vienen en el espectáculo, y en el deporte resuenan los casos de acoso/abuso hacia mujeres clavadistas en México o las gimnastas en EE. UU., entre otros.

Aterrizamos así en el caso sonado de Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Futbol quien, celebrando la Copa Mundial ganada por el equipo femenil de España, se otorga el derecho de imponer un beso en la boca a la futbolista Jennifer Hermoso. Al ser denunciado por este hecho, Rubiales niega, se burla, se disculpa erráticamente y, finalmente, se victimiza.

En un comunicado, la futbolista concita “la firme y rotunda condena” de las 23 campeonas del mundo que “no volverán a una convocatoria de la selección si continúan los actuales dirigentes”. Son voces que se alzan en el ámbito deportivo, uno de tantos campos donde las mujeres encuentran un sinfín de obstáculos y desventajas.

Sorprende y preocupa el silencio masculino en el futbol y en otros sectores, con notables excepciones (Casillas, Iniesta, Gasol, así como los colectivos AHIGE y MenEngage Iberia). Dicho silencio ha sido histórico en la lucha de las mujeres por una vida sin violencia. Probablemente nuestro silencio venga de ese Rubiales interior manifestado en nuestro pasado o en el presente y que nos cuesta reconocer. ¿Acaso debemos esperar hasta que alguna mujer cercana a nosotros sea objeto de violencia para reaccionar?

El acoso y otras violencias no son una esencia masculina, sino un aprendizaje que nos viene desde lo que escuchamos y observamos en la familia, la escuela, el barrio, el trabajo y en el mundo del espectáculo.

“¡No dimitiré!”, repite Rubiales, ya suspendido por FIFA. ¿Se aferra a su salario de más de 900,000 euros anuales, a sus puestos de poder nacional e internacional y/o a su sinrazón masculina? Como sucede en nuestras universidades, observamos que se articulan el género (masculino), la generación y la jerarquía.

Como sugiere Octavio Salazar, el caso Rubiales nos está enseñando, además, que los hombres tenemos por delante un largo proceso de aprendizaje, pero también de desaprendizaje de todo lo que el machismo convirtió en referencias y expectativas para nosotros. (Página Público, 27/ago). Si el tema nos molesta o nos deja confusos, hay que hablarlo. La masculinidad debe ser incomodada también por situaciones en las que nos hemos involucrado antes o que nos ha tocado presenciar sin decir nada.

En el medio universitario observamos reacciones semejantes ante las acusaciones de acoso: negar y victimizarse suele ser la norma. Pocos logran reconocer, asumir, buscar ayuda, reparar y transformar.

Buscar ayuda y prevenir: para eso están los Grupos de Trabajo con Hombres y los Círculos de Reflexión impulsados a partir de 2021 por el Programa Integral de Trabajo con Hombres (PROITH) de la Coordinación para la Igualdad de Género (CIGU). Son espacios necesarios en los que, como varones, tenemos la oportunidad de revisarnos, compartir nuestros malestares y hacernos responsables de nuestras acciones hacia relaciones más responsables, aportando así a la igualdad de género y al bienestar general.

Muchísimos hombres piensan como Rubiales porque no encuentran otros pares, otros varones que les digan: “Oye, amigo, aquí no”, comenta Marion Reimers.

Bienvenida la protesta feminista tanto en el deporte como en las universidades, que pone en evidencia los diversos machismos cotidianos, pero planteando también la necesidad del cambio.

#Se Acabó: que las mujeres (y una cantidad creciente de hombres) no lo acepten resulta Hermoso.

* Fundador y asesor del PROITH de la CIGU.