Leonora Carrington: rebeldía y sutileza feminista

Por Vianey Mejía (FFyL)

“No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista”.- Leonora Carrington

La brillante, la incansable, la rebelde Leonora Carrington es, desde mi perspectiva, una de las mentes más maravillosas del siglo XX.

Libre y de pensamiento que podríamos afirmar es feminista no sólo se dedicó a pintar escenas oníricas, sino a denunciar a través de escritos algunas circunstancias desfavorables para las mujeres. No obstante lo hizo muy a su manera, vaporosa y sutil.

Nada del siguiente cuento, “El enamorado”, podría indicar alguna politiquería de su parte. Sin embargo, lo sórdido de las opresiones cotidianas que vivimos fluyen en sus delirantes letras llenas de recovecos. 

Te invito a leer este pequeñito cuento, tan pequeñito que casi hubiera deseado durara más:

 

“El enamorado”

Paseando al anochecer por una callejuela, hurté un melón. El frutero, que estaba escondido detrás de sus frutas, me cogió por el brazo: “Señorita, me dijo, hace cuarenta años que espero una ocasión como esta. Cuarenta años que me he pasado escondido detrás de este montón de naranjas con la esperanza de que alguien me arrebate una fruta. Y le digo por qué: necesito hablar, necesito contar mi historia. Si usted no me escucha, la entregaré a la policía.”

“Le escucho”, dije yo.

Me tomó del brazo y me llevó al interior de su tienda entre frutas y legumbres. Pasamos por una puerta, al fondo, y llegamos a un cuarto. Había allí un lecho en el que yacía una mujer inmóvil y probablemente muerta. Me pareció que debía estar allí desde hacía mucho tiempo pues el lecho estaba todo cubierto de hierbas crecidas. “Lo riego todos los días”, dijo el frutero con aire pensativo.

“En cuarenta años nunca he llegado a saber si estaba muerta o no. Nunca se ha movido, ni hablado, ni comido durante ese tiempo; pero lo curioso es que sigue estando caliente. Si usted no me cree, mire”. Y entonces levantó una esquina de la manta, lo que me permitió ver muchos huevos y algunos polluelos recién nacidos. “Usted ve, es el modo que utilizo para incubar los huevos (también vendo huevos frescos)”.

Nos sentamos a cada lado del lecho y el frutero comenzó a hablar: “La quiero tanto, créame. La he querido siempre. Era tan dulce. Tenía unos piesecitos ágiles y blancos. ¿Quiere usted verlos?” “No”, dije yo.

“En fin”, continuó diciendo con un profundo suspiro, “era tan hermosa. Yo tenía cabellos rubios, ella hermosos cabellos negros (ahora, los dos tenemos cabellos blancos). Su padre era un hombre extraordinario. Tenía una gran casa en el campo. Se dedicaba a coleccionar costillas de cordero. Por ese motivo llegamos a conocernos. Yo tengo una especialidad: sé secar la carne con la mirada. El señor Pushfoot (ése era su nombre) oyó hablar de mí. Me invitó a su casa para secar sus costillas a fin de que no se pudrieran. Agnes era su hija. Fue un amor a primera vista. Partimos juntos en barco por el Sena. Yo remaba. Agnes me hablaba así: “Te quiero tanto que vivo sólo para ti”. Y yo le decía lo mismo. Creo que es mi amor lo que la mantiene cálida; quizás está muerta, pero el calor persiste”. 

“El año próximo”, prosiguió con la mirada perdida, “sembraré algunos tomates; no me asombraría que se desarrollaran bien allí dentro.” 

“Caía la noche y no se me ocurría dónde pasar nuestra primera noche de bodas; Agnes se había vuelto pálida, muy pálida por la fatiga. Finalmente, apenas salimos de París, vi una cantina que daba sobre la orilla. Aseguré el barco y penetramos por la galería negra y siniestra. Había allí dos lobos y un zorro que se paseaban a nuestro alrededor. No había nadie más”.

“Llamé, llamé a la puerta que encerraba un terrible silencio. “Agnes está muy fatigada, Agnes está muy fatigada”, gritaba yo lo más fuerte que podía. Finalmente una vieja cabeza se asomó por la ventana y dijo: “No sé nada. Aquí el patrón es el zorro. Déjeme dormir: usted me molesta.” Agnes se puso a llorar. No quedaba otro remedio: tenía que dirigirme al zorro. “¿Tiene usted camas?” le pregunté varias veces. No respondió nada: no sabía hablar.

Y de nuevo la cabeza, más vieja que antes, que desciende suavemente desde la ventana, atada a un cordoncito: “Diríjase a los lobos; yo no soy el patrón aquí. Déjeme dormir, por favor”. Acabé por comprender que esa cabeza estaba loca y que no tenía sentido continuar. 

Agnes seguía llorando. Di varias vueltas alrededor de la casa y al fin pude abrir una ventana por la que entramos. Nos encontramos entonces en una cocina alta; sobre un gran horno enrojecido por el fuego había unas legumbres que se cocían solas y saltaban por sí mismas en el agua hirviendo; ese juego las divertía mucho. Comimos bien y después nos acostamos sobre el piso. Yo tenía a Agnes en mis brazos. No pudimos dormir ni un minuto. Esa terrible cocina contenía toda clase de cosas. Una enorme cantidad de ratas se había asomado al borde exterior de sus agujeros, y cantaban con vocecitas aflautadas y desagradables. Había olores inmundos que se inflaban y desinflaban uno tras otro, y corrientes de aire. Creo que fueron las corrientes de aire las que acabaron con mi pobre Agnes. Ya nunca más se recobró. Desde ese día habló cada vez menos”.

Y el frutero estaba tan cegado por las lágrimas que no tuve dificultad en escaparme con mi melón.

 

¿Encontraste algo de subversivo o feminista en la narración?

Honestamente yo no pude más que confundirme la primera vez que lo leí, sin adivinar bien a bien de qué se trataba. Sólo me dejé llevar por todas las sensaciones que me provocaban los escenarios fantásticos que describía Leonora.

Y, sin embargo, tenemos interpretaciones bastante deliciosas sobre el trasfondo feminista de este y otros de los relatos de Carrington:

“El pequeño Francis, El enamorado, ¡Vuela, paloma!, La Dama Oval o El séptimo caballo, son relatos de denuncia, en todos ellos se nos muestra cómo la falta de consideración de la mujer como ser pensante, independiente o libre, acarrea su propia muerte. El exceso de un amor enfermizo, la sobreprotección, bien sea a través de relaciones paterno-filiales como matrimoniales, son el hilo conductor de estos cuentos.”*

Te dejo este artículo aquí para que lo reflexiones tú mismx:

La femme-enfant: un mundo dicotómico en relatos de Leonora Carrington, escrito por Juncal Caballero Guiral, del Seminari d’Investigació Feminista. Universitat Jaume I de Castellón.

 

*Tomado de Juncal Caballero Guiral, La femme-enfant: un mundo dicotómico en relatos de Leonora Carrington.

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