Día 16 de activismo: «mujeres universitarias, esta también es nuestra casa»

Por Vianey Mejía (FFyL)

El ingreso de las mujeres a la educación universitaria fue tardío, al igual que muchos otros de sus derechos, entre los que destacan el derecho al voto y a decidir sobre la interrupción de sus embarazos.

El sistema patriarcal que mantiene control sobre las mujeres no es igualitario y por tanto estos derechos tuvieron que pelearse para poder acceder a ellos. La ganancia del derecho a la educación universitaria trajo un ingreso de las mujeres hacia un espacio que no las contemplaba en su fundación original, por ahí de los años de de 1551, con la fundación de la Real y Pontificia Universidad de México.

Si bien, esta era una institución totalmente colonial y tampoco estaba pensada para el hombre indígena, la redacción en masculino de los derechos a los que eran acreedores los estudiantes siempre ha traído menor dificultad a la hora de acceder a ellos por parte de los varones. No así el caso de las mujeres cuya figura estaba totalmente fuera de toda posibilidad para ingresar a las Instituciones de Educación Superior (IES).

El paso firme de las ancestras

El ingreso de la primera estudiante de la UNAM, Matilde Montoya, fue hasta el año 1887, y debe decirse que obtuvo su lugar de manera excepcional: su matrícula tuvo que ser autorizada por el mismísimo presidente de ese entonces, Porfirio Díaz. Fue un caso extraordinario, y no se extendió al resto de las mexicanas.

Rememorar estos hechos no es trivial: es fundamental tener en cuenta estos acontecimientos para entender por qué cuando se creó el Estatuto General de la UNAM en el año 1945 las mujeres quedaron totalmente fuera del lenguaje del documento. 

El Estatuto General es uno de los documentos más importantes para la constitución y autogobierno de la Universidad Nacional Autónoma de México, define su misión y los principios que regulan la vida de la Universidad, sus funciones, el procedimiento para la elección de rector, así como las responsabilidades y sanciones a las que puede ser acreedora toda persona que forme parte de la comunidad universitaria y vio la luz en una fecha en la que las mujeres no tenían siquiera derecho al voto (el sufragio femenino universal se consiguió en México hasta el año 1953).

Por lo que todo esto tuvo repercusiones reales para las mujeres que con el tiempo ingresaríamos a la universidad: cuando una mujer era víctima de algún tipo de violencia de género, no había ni en el Estatuto ni en ley universitaria alguna, consideraciones que atendieran su situación. Nutrida de una cultura machista la comunidad universitaria fue reacia a modificar sus legislaciones y reglamentos, pese a que el mundo cambió y los derechos de las mujeres fueron cada vez más evidentes.

Muchas mujeres resistieron, crearon, denunciaron y aportaron a la transformación de estas circunstancias dentro de la universidad. Podemos rememorar rápidamente a actoras como Rosario Castellanos, Alaíde Foppa o Graciela Hierro, así como a colectivas de mujeres que se organizaban para poder ocupar su lugar de manera digna y libre de violencia dentro de la universidad como fue el GAMU: el Grupo Autónomo de Mujeres Universitarias en la Facultad de Psicología.

Revueltas contemporáneas: los paros feministas

Mucho, muchísimo de los cambios de los que las nuevas generaciones de mujeres estudiantes podrán gozar, como tener instancias encargadas de cambiar la cultura machista por una cultura de igualdad o entidades universitarias que se encarguen de atender los casos de violencia específicamente contra las mujeres, se debe a la lucha ardiente y constante que tuvieron las mujeres estudiantes activistas de toda la UNAM.

En el año de 2016, en la Facultad de Filosofía y Letras se realizó por primera vez en la historia de México una manifestación estudiantil liderada y conformada exclusivamente por mujeres, que buscaban visibilizar la violencia específica que es infligida hacia nosotras. Unas cuantas estudiantas empezaron a reunirse y charlar bajo el nombre de “Asamblea feminista de FFyL”, y para octubre del mismo año realizaron el primer paro de mujeres dentro de la UNAM.

Este paro se realizó de manera inicial en sororidad con el feminicidio de la argentina Lucía Pérez y la impunidad que su gobierno ha tenido para su caso. Sin embargo, el poder organizarse-organizarnos entre universitarias permitió que pudiéramos hablar de las propias violencias locales que vivíamos en carne propia, en el país, en nuestras colonias, en nuestras aulas.

Estas acciones y grupos de conciencia al interior de los paros mediante charlas y talleres fueron la llama que inició el gran cambio de una universidad arcaica y anquilosada en viejas formas que no nos incluían.

Las manifestaciones y sus manifestantes fueron también cambiando, para el 2018 un grupo de mujeres estudiantes que se rehusaban a nombrarse a sí mismas “feministas” formaron el grupo de “Mujeres organizadas” mientras que la fuerza de la “Asamblea feminista” poco a poco se desvanecía para darle protagonismo a otras voces que para el año 2019, ya con nuevas integrantes y objetivos, realizaron un paro por más de 5 meses, con la condición de terminarlo hasta que las autoridades de la universidad aceptaran y cumplieran sus demandas.

Entre estas demandas estaba la petición que desde 2016 se había hecho, pero había sido poco escuchada: incluir en las normativas universitarias sanciones en contra de la violencia de género. Y fue así que en el 2020 se aprobó la reforma a nuestro anticuado Estatuto de 1945, se modificó el artículo 95 (además del 98 y 99) añadiendo el siguiente fragmento: 

«[Son causas especialmente graves de responsabilidad, aplicables a todos los miembros de la Universidad:] la comisión de cualquier acto de violencia y en particular de violencia de género que vulnere o limite los derechos humanos y la integridad de las personas que forman parte de la comunidad universitaria».

Y es que era imposible que para el 2019 estuviera estipulada una sanción para quien incurriera a las instalaciones universitarias en estado de ebriedad, pero no para quienes cometieran en contra de las mujeres universitarias agresiones sexuales (acoso, hostigamiento, abuso, violación).

Si bien, por cuestiones de extensión tuve que enfocarme en sólo este logro, lo cierto es que muchísimas cosas más se han alcanzado gracias al activismo de las universitarias desde distintos frentes. Ha habido también movilizaciones y acompañamiento por parte de profesoras y trabajadoras que nos han llevado a la creación de nuestra Coordinación para la Igualdad de Género o el reordenamiento de la ahora Defensoría de Derechos Universitarios, Igualdad y Atención a la Violencia de Género.

¡Gracias a todas! ¡Seguimos en lucha!