Dr. Luis Fernando Gutiérrez Domínguez

El año pasado, en el marco del Día Internacional de las Mujeres, comenté la importancia que tienen instituciones como las universidades públicas en la difusión de mensajes contundentes y convencidos respecto a las luchas, reivindicaciones y avances históricos de los derechos de las mujeres.

La idea subyacente en aquella ocasión, la cual sostengo actualmente, es que se trata de un hecho que, bajo ninguna circunstancia, debe estar filtrado por el reconocimiento, aceptación o respeto de nosotros los varones, a nivel individual o como miembros de las instancias que regulan la vida en sociedad. Dicho de otra manera, aunque nos interpela, la lucha de las mujeres ES y no requiere nuestra validación.

Por el contrario, forma parte de la realidad contemporánea que nos convoca a comprenderla de modo profundo y, desde allí, nos propone sumarnos al proyecto feminista de transformación radical de las relaciones sociales de y entre los géneros, a partir del conjunto de acciones que grupos diversos de mujeres plurales ponen en marcha continuamente.

En esta participación, al tiempo que no pierdo de vista lo señalado y ante la cercanía del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contras las Mujeres (25 de noviembre), quiero compartir una breve reflexión sobre las posibilidades de cambio que los varones tenemos para ir por la vida de una manera no violenta.

Los efectos de la contingencia sanitaria, producto del Síndrome Respiratorio Agudo Severo por Coronavirus (SARS-CoV2, en inglés), han ampliado los efectos nocivos en el comportamiento violento de hombres, el cual, a decir de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM, ha incrementado en 80% estos niveles en hogares mexicanos.

Como señala la Organización de las Naciones Unidas-Mujeres, estas formas de violencia, psicológica y verbal, física, cibernética, sexual, económica o patrimonial, son amplificadas en un marco de mayor estrés e inseguridad asociado al confinamiento sanitario, pues intensifica el contacto permanente entre mujeres y hombres expuestos a interacciones no saludables, aunque se consideren habituales, al tiempo que maximiza las insuficiencias jurídicas gubernamentales para su seguimiento y atención.

¿Qué hacer para erradicar cualquier forma de violencia, empezando por la violencia de género? y ¿cuál es nuestra contribución como varones para sumarnos a su solución?

Puede intuir que las respuestas al fenómeno no son sencillas, pues los procesos de aprendizaje social que nos configuran para pensar, decir y actuar a diario, los hemos interiorizado y automatizado a tal grado que, pocas veces nos detenemos a reflexionar críticamente sobre su existencia y sobre sus efectos en las otras personas y en nosotros mismos.

Este esquema de socialización, que opera por igual para mujeres y hombres, llega a tener efectos letales en las mujeres quienes, históricamente, conforman el grupo genérico sobre el que se ciernen formas de violencia exacerbada considerada normal. Es necesario desmontarlo y demanda de nosotros (en masculino) compromiso permanente.

Al tiempo presente, circulan narrativas que, a pesar de no ser su propósito y poner en cuestión la violencia, la justifican como experiencia intrínseca a lo humano. Convienen en afirmar que es inevitable, aunque sus consecuencias sean decadencia y catástrofe imparables. En síntesis, declaran que la existencia humana se centra en la lucha descarnada de todos contra todos donde sobrevive el más fuerte. Diríase, en esos términos, que nuestros propios genes trabajan en contra nuestra.

Sin embargo, a tono con la idea de que Homo sapiens ha dejado atrás hace mucho tiempo su forma de vida dependiente de lo instintivo para sustituirlo por su hacer consciente, podemos entender que la violencia en su sentido más amplio:

está asociada con la histórica distribución desigual de poder
se trata de una expresión social que la cultura legitima
es puesta en marcha, la mayor parte de las veces, sin el empleo directo de fuerza física
Queda resumida en la noción violencia estructural que se manifiesta de manera dual: justifica culturalmente que las mujeres sean objeto de su ejercicio, mientras presiona constantemente a hombres para ejercerla ante la amenaza simbólica o real de la pérdida de poder.

Así, podemos observar de modo continuo en los diversos espacios de la vida diaria, expresiones asociadas a lo dicho. En el caso de los medios masivos, la difusión de ideologías ancladas a identidades pretéritas supuestamente fundadas en rasgos naturales, refuerzan representaciones sociales de género que agudizan los sentimientos de diferencia y separación entre hombres y mujeres, y enfatizan la actualización de la ideología familiar patriarcal cuyo centro de control es lo viril.

Las ideologías reproducidas por los medios y las demás instituciones en el marco de la socialización patriarcal, son una herramienta de poder que perpetúa desigualdades, desequilibrios, diferencias e injusticias, en particular, al afirmar a través de discursos y narrativas recurrentes, la condición de superioridad masculina que, para confirmar ello, debe ser constatada permanentemente.

De manera dramática, esto ocurre una y otra vez, pues al ser socializados mujeres y hombres en este esquema compartido de interacción, se producen patrones de significado que se traducen en sentido común para ambos: la vida siempre ha sido así y no hay mucho por hacer para que sea diferente.

Podemos ver la vigencia de la narrativa naturalista como obstáculo serio para la reorganización de nuestras vidas en clave no violenta.

Al reconocer que los procesos de aprendizaje que nos someten no son producto biológico sino histórico, estamos ante la oportunidad de poner en marcha novedosas formas de ser varón para interactuar con las mujeres y con nosotros mismos en términos no violentos. Es decir, debemos aprender a aprender formas de ser hombres diferentes a las tradicionales y predominantemente opresivas.

Una oportunidad para ponernos en marcha a este respecto, tiene que ver con el reconocimiento de la comunidad. La comunidad y la vida en comunidad, es una noción que apela a los estados afectivos de las personas en sus interacciones con otras personas; en esos términos, dispone de un enorme potencial para contribuir a acciones de transformación colectiva no orientadas de manera instrumental o utilitarista; por ello mismo, abre posibilidades a los varones para producir cambios en nuestras relaciones con las mujeres y con nosotros mismos.

En lugar de la certeza de que la vida se trata de la lucha de todos contra todos, al interiorizar la convicción de que la vida es junto con ellas y con nosotros, los hombres podemos salir del lugar que solemos ocupar para producir formas de convertirnos en seres humanos plenos; se trata de una búsqueda capaz de expresar prácticas diarias concretas con efectos favorables en mujeres y hombres.

Pensar las vidas de los varones en el marco de la comunidad, como lo acabo de señalar, dejará atrás la romantización del pasado con la que recreamos la fantasía de nuestro poder, la cual se resume en la historia del varón decepcionado, que va por la vida con una masculinidad lastimada; que, con el fin de tener una sensación de poder, siempre halla modos de desquitarse de la sociedad que a diario lo convierte en objeto; que destierra la certeza de que estar a cargo o tener el control es el exclusivo sinónimo de la hombría.

pesar de incipientes manifestaciones de cambio en grupos minoritarios de varones, éstas todavía no son suficientes para impedir que aún nos encontremos en medio de procesos de oscurecimiento de las desigualdades entre y dentro de los géneros, a las que se suman aspectos de clase, sexualidad, etnia y generación, entre otros.

Al asumir el carácter relacional e histórico que constituye las premisas feministas de cambio, nos enfrentamos al reto de trascender categorías sociales e históricas consideradas monolíticas por su aparente origen biológico. Hombre, mujer, en sentido estricto, refieren experiencias singulares y plurales, cuya riqueza trasciende los binarismos propios de los estereotipos. Interiorizar esta idea de manera crítica, nos ayudará a los varones a entender que hay formas amplias para construir nuestra experiencia en el mundo sin que el ejercicio de la violencia sea la mediación que nos vincula con las mujeres y con otros hombres.

 

Publicado en Ovigem.