La matria sería entonces una manera distinta de hacer política.

Como mujer, no tengo patria…
Virginia Woolf

Por Sandra Lorenzano. Publicado en SinEmbargoMX 

Una de las primeras referencias en castellano a la palabra “matria” es de María Zambrano en una entrevista en la que, al recordar la muerte de su padre en 1938, dice: “Sí, perdí a mi padre, perdí la patria, pero me quedó la madre, la matria, la hermana, los hermanos. Me quedó todo…”. (1)

Hoy el término “matria” se vive como cobijo, como hogar, frente a una patria violenta y excluyente. La consigna “la patria mata” se ha repetido en las marchas que se han realizado en México contra la violencia de género. En la toma de la Comisión Nacional de Derechos Humanos convertida en Refugio “Ni una menos”, por grupos de activistas como reclamo a la falta de atención oficial a las madres de jóvenes asesinadas, se organizó una “antigrita” el 15 de septiembre, en oposición al tradicional “grito” que el presidente de la República da en los balcones de Palacio Nacional como homenaje al comienzo de la gesta de independencia y su “grito de Dolores”. Sin entrar en la discusión sobre la validez o no de la forma de protesta elegida por las mujeres en la CNDH, me detengo en esta frase pronunciada en el acto de protesta: “La patria no nos representa. Queremos una matria que nos acompañe y nos abrace” (2).

El movimiento de mujeres es imparable; lo sentimos el 8 de marzo cuando salimos a las calles, y el día 9 que paramos gran parte del país. Y es imparable para oponerse a una violencia imparable: “En México 66.1 % de las mujeres, aproximadamente 30.7 millones (de los 46.5 millones de mujeres residentes de 15 años y más), han padecido al menos un incidente de violencia en alguna de sus manifestaciones: física, económica, emocional, sexual o de discriminación en el espacio laboral, escolar, comunitario, familiar o con su pareja (INEGI, 2016).

En 2019, se denunciaron más de medio millón de casos de violencia contra las mujeres (507,000 casos), “de los cuales 9 de cada 10 revelaron que el principal agresor es un familiar de la víctima“.

Si a esto sumamos los números crecientes de feminicidios, y el aumento de la violencia doméstica durante la pandemia, podremos entender el nivel de frustración y enojo que guía a las mujeres, especialmente a las jóvenes de nuestro país. El descontento y la resistencia avanzan por el continente al ritmo del performance de “Las tesis”: “El estado opresor es un macho violador”. Y si además de ser mujer eres indígena, o afrodescendiente, o pobre, o lesbiana, o trans, o tienes alguna discapacidad, aumenta el riesgo que enfrentas cotidianamente dentro y fuera de tu propia casa.

¿Qué significa, entonces, para nosotras la palabra “matria”? Ésta fue la pregunta detonadora de la mesa redonda “Patria / matria: las mujeres y la nación” (3), que realizamos justamente el 16 de septiembre. Participaron en ella tres mujeres que piensan, actúan y crean desde la búsqueda de justicia, inclusión, respeto a las diferencias y defensa de los derechos humanos: Yásnaya Elena Aguilar Gil, lingüista y activista mixe (y desde mi perspectiva una de las intelectuales jóvenes más interesantes de México); Elizabeth Neira, poeta y performer chilena; y Julia Antivilo, pensadora, académica y artista de origen chileno que vive en México donde coordina la Cátedra Rosario Castellanos de la UNAM. ¿Qué responderían ustedes? ¿Qué es para ustedes la matria?

Las tres coincidieron en que la patria, como el patriarcado, se construye a través de la exclusión, del sometimiento, del borramiento del diferente, del disidente, del diverso, llámese éste mujer, indígena, afro, pobre. Frente a esto, la matria implica la reivindicación de una cultura basada no en la violencia sino en los cuidados, en los lazos solidarios y amorosos, en el respeto a la tierra y a los cuerpos. La matria sería entonces una manera distinta de hacer política, de habitar la polis, de generar vínculos entre los seres humanos: vínculos familiares, comunitarios, sociales. La matria no se opone a la patria como otra forma de constituir un estado nación, sino que es algo distinto donde el nacionalismo no tiene cabida. Ese nacionalismo que, en el caso de México, como ha planteado Yásnaya en diversos artículos, “es la narrativa que justifica la violencia racista que han padecido los pueblos indígenas de México”.

Curioso, recordó Eli Neira, que estemos hablando de esta relación el día del nacimiento de Víctor Jara, el poeta brutalmente asesinado por la dictadura de Pinochet, máxima expresión de una patria criminal.

Eli cuestiona, en sus performances y textos, la violencia de los poderes sobre los cuerpos y los territorios, reivindicando el ejercicio del erotismo y la sexualidad como crítica política.

Para Julia, la matria no conoce fronteras ni divisiones políticas. Es allí donde están l@s amig@s, la familia, la gente que nos cuida. Es allí donde podemos protegernos de la guerra declarada por la patria a los cuerpos disidentes. Sería, en este sentido, ese verdadero “cuarto propio” del que habló Virginia Woolf, en el que crear en libertad.

Volvamos con ellas, entonces, a la creación, a la poesía, a los arrullos, al poder de las pieles, a la crítica, a las respuestas solidarias desde las que reivindicar a la matria en cada uno de los cuerpos asesinados, violentados, desaparecidos, en cada una de las lenguas canceladas, en cada una de las madres que hoy, con un grito / grita desgarrada, nos recuerdan su dolor.

 

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