«La migración no se queda en cuatro paredes, está en las calles»

El jurado valoró la profunda reflexión sobre el periodismo y la migración, habilidad para conjuntar una cobertura de una mesa de diálogo con la iniciativa periodística para investigar en su propio contexto un tema muy relevante.

Por: Itzel Marilú Hernández Leonardo

Fuente: CulturaUNAM

 

La migración no se queda en cuatro paredes, está en las calles

Mónica González y Aitor Sáez en la FILUNI. Foto: Ulises Martínes, UIP

 

“La migración no es voluntaria, es forzada”, resonó fuerte por parte de una de las periodistas  a cargo del conversatorio: ¿Cómo narrar historias de migración forzada? En el salón Francisco Monterde en la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los  Universitarios (FILUNI) Esta declaración nos hizo sentar los pies sobre la tierra, al caer en  cuenta de que hablaríamos de un fenómeno trastocado por las guerras, la pobreza, las crisis  políticas, la hambruna y no únicamente del trillado concepto de “sueño americano”.

La luz cálida de la sala nos generaba confianza, una calma que todos los participantes podíamos sentir, tanto jóvenes como adultos. Es curioso pensar en ese contraste, un ambiente con tintes de paz y tranquilidad le hacía compañía a un tema tan desgarrador como el que se  desarrollaba dentro de esa sala.

Eran un poco más de las dos de la tarde cuando los periodistas Aitor Sáez y Mónica González dirigían el conversatorio sentados frente a mí, hablaban de la dolorosa experiencia que rodea  al periodismo de migración, desde las infancias que cruzan el desierto de Sonora sin  compañía, hasta el ya histórico trayecto de refugiados sirios y afganos en Europa.

Entre anécdotas y preguntas, de repente me sentí ausente, no estaba del todo en el salón  Francisco Monterde. Buscaba en mis memorias el recuerdo de cada persona migrante que me  había cruzado durante toda mi vida.

Cada historia que salía de la boca de Mónica y Aitor resonaba en mi cabeza, esta conferencia  parecía estar hecha a mi medida e involuntariamente, mi instinto periodístico en desarrollo buscaba conectarlas a los casos de mi cotidianidad chilanga.

En la alcaldía Tláhuac desde el 2023 comenzaron a llegar grupos de migrantes,  principalmente hondureños, haitianos y cubanos. Al detenerme a pensar un poco más en ello, orillarlos a resistir en las hostiles periferias de la capital me resulta una cruda estrategia de  aislamiento. La Comisión Mexicana de Migrantes Refugiados les promete un albergue en el  Bosque de Tláhuac: un lugar para dormir, algo para comer y un lugar seguro para vivir. Pero  dicho asilo no es suficiente para las más de 5,000 personas que han llegado en lo que va del  2024.

Entre buscar alojamiento, esperar en las banquetas o conseguir empleo, ellos aguardan por  un permiso de asilo con el que continúen su viaje hacia la frontera norte como refugiados, un  permiso que no tiene fecha de entrega y lo que es peor, quizá nunca la tenga.

Pareciera que no basta con que los migrantes centroamericanos arriesguen su vida cruzando miles de kilómetros entre selvas tropicales y fauna salvaje en el Tapón del Darién, un cruce que no solo representa la conexión entre Sudamérica y Centroamérica, también la región  donde actos de violencia, abusos sexuales, robos y muertes han tenido lugar. Al llegar a México se encontrarán con un tapón más, pero esta vez de otro tipo, enredosos tramites, agresivas políticas y fuerzas militares les impedirán llegar a su destino

En la calle Herberto Castillo, a un costado del Bosque de Tláhuac, dos hombres altos y negros caminan con preocupación en sus caras y las maletas en sus manos, su peinado y acento delatan que no son de aquí. A lo lejos, sobre la misma calle, se escucha lo que parece ser un  ritmo hip-hopero, acompañado de risas y voces en una lengua ajena a la mía, mi curiosidad  me lleva hacia el origen de ese bullicio.

Frente a una de las entradas del bosque, están unas 20 personas asentadas sobre la banqueta.  Una mujer, que con una sonrisa plática con un grupo de hombres que la rodean, mientras ella le corta las uñas de los pies a un chico más joven; un hombre que le perfila la barba a otro  con una delicadeza y precisión como de quien se arregla para una elegante fiesta; una mujer  sentada sobre un banco tira su cabello hacia delante para que otro joven de pie, a un lado de  ella, lo teja.

No hace falta preguntárselos, sería innecesario, todos ellos son migrantes viviendo en el  bosque de Tláhuac, y yo, pese a la culpa que me genera sentir que solo quiero lucrar con su  imagen, muero por escuchar una historia de alguno de los integrantes del grupo.

Antes de ser migrantes, son personas, y hoy ellos lucen cómodos haciendo lo que hacen y  siendo quien son, pegando risas y carcajadas en el cielo. No será hoy que una morra con  aspiraciones de periodista corra el riesgo de incomodarlos, no será hoy y no seré yo.

“La buena historia es la que te encuentras” sostiene Aitor Sáez y mi mente de pronto aterriza  de nuevo en el conversatorio.

Pero, este último pronunciamiento del periodista provocó en mi varias dudas: ¿todas las  historias tienen la misma posibilidad de ser escuchadas? ¿O será que solo las más  desgarradoras son las que venden? Me contrarían todas esas ideas en mi cabeza, pero regreso  mi atención a la discusión en la sala.

Hacer periodismo suena a riesgo, pero no hablo del riesgo evidente, sino, al riesgo de  entregarte como persona a los otros con tal de poder ayudarlos a contar sus historias. El hecho  de dejar un poco de ti en cada narración suena a un sacrificio. La idea salta a mi cabeza  después de escuchar a la periodista Mónica González expresar: “te vuelves un incondicional  durante su viaje”. Esa imagen me eriza la piel un poco.

El conversatorio comienza a llegar a su fin y Mónica González y Aitor Sáez concuerdan en  que el periodismo de migración es complejo, para este punto y después de sus anécdotas lo  tengo más que claro. El periodismo es más que solo saber escribir, el buen periodismo es  darles a las personas el poder de ser escuchadas, es el arte de saber acompañar, de romper barreras, de empatizar con una historia que no es la tuya, pero será tu responsabilidad contarla correctamente.

De regreso a mi casa, viajando en transporte público, rodeada de tantas personas, me quedo con las ganas de regresar a esa calle en Tláhuac. ¿Cómo supiste que era momento de migrar?  ¿Qué sueños tienes? ¿Qué le dirías a las personas que siguen en tu país? Tantas preguntas en  mi cabeza y ninguna respuesta.