Agnès Varda y el ethos cinematográfico

Por Vianey Mejía (FFyL)

Mujer que hizo del cine su casa. Cineasta de las mujeres, de los obreros, de la playa, de los rostros, del ser persona.

Agnès Varda nació un 30 de mayo de 1928 en Ixelles, Bélgica. Máxima representante de la “Nueva Ola Francesa” revolucionó la manera de hacer cine en Francia y en el mundo. Apostó por un cine profundo, tan rico en matices como la vida misma. No obstante, a los 25 años, edad en la que lanzó su primera cinta, ella misma confesó que, apenas, había visto unas 10 películas y que ni siquiera podría decirse que tenía conocimientos cinematográficos: «no fui a una escuela de cine, ni trabajé de asistente, solamente usé mi imaginación»

Y fue así, tan sólo con su imaginación, que nos mostró a las mujeres y al mundo que podemos hacer cualquier cosa que nuestro corazón anhele lo suficiente como para cambiar los paradigmas. Su cine, prefirió ante todo la libertad, ser un cine libre más que exitoso, alejado de la superficialidad a la que estaba siendo condenado en los años 50 por la gran industria del cine norteamericana.

La Pointe Courte, su primera película lanzada al público, surgió después de pasar algunos días en el barrio del mismo nombre con el fin de grabar sus paisajes pesqueros para un amigo con enfermedad terminal que no podía visitarlos. Así, desde su alumbramiento, el cine de Varda es un cine hondamente entretejido a las emociones y la sensibilidad. Un cine que nos recuerda nuestra humanidad, la vulnerabilidad y la fuerza que nos habitan.

Probablemente por sus estudios en Historia del Arte, la obra de Agnès tuvo una gran influencia de los grandes creadores del arte. Así, en su largometraje Los espigadores y la espigadora empieza por explicarnos la obra de Millet, que retrata la tarea de tres mujeres espigando un campo.

Maga de las palabras y también feminista, define y recuerda que el espigar (rescatar los restos de trigo que quedaban en la tierra tras la cosecha), era una tarea exclusivamente destinada a las mujeres y niños pobres.

Las espigadoras de François Millet, Museo de Orsay, París.

Revisitada y actualizada, esta obra deviene en los  paisajes de los mercadillos urbanos, donde las personas recogen desperdicios y, al igual que ella, hacen magia con lo que encuentran. Ella, al igual que las espigadoras y espigadores urbanos, rescata todas las historias que se pueden recoger a partir de una sola imagen. Sin tragedia, sino con diversión y entusiasmo por el azar.

Agnès, artista del hallazgo y del interés perpetuo, compartió con nuestros ojos un poco del asombro que encontró a través de los suyos. Testiga de las revoluciones de la raza y el sexo que plasmó en sus documentales, nos recuerda con sus más de 40 películas que el soñar, el cine y la vida, son para todas y todxs.

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