Fuente: Gaceta UNAM

Por: CIGU UNAM

Un enfoque efectivo para reducir las brechas en la alfabetización digital es diseñar programas que identifiquen necesidades y retos específicos que diferentes grupos de la sociedad tienen respecto a la tecnología. La Coordinación para la Igualdad de Género (CIGU) entrevistó a Marisol Flores Garrido, profesora de la Escuela Nacional de Estudios Superiores Morelia:

— ¿Pensando en las brechas en la alfabetización dónde nos encontramos?

— Los distintos sectores de la población en México varían grandemente en términos de motivación, acceso a infraestructura, habilidades y hábitos de uso de herramientas digitales. Junto a las promesas que acompañan la adopción de cada herramienta digital, encontramos el surgimiento de un eje más con potencial de ampliar la desigualdad social.

Según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2021, 75.6 por ciento de la población en México, con 6 años o más, cuentan con teléfono celular. Casi una cuarta parte de la población no utiliza estos dispositivos. Además, los datos reflejan que hay diferencias importantes –y poco sorprendentes– entre el grado de adopción que diferentes sectores tienen de la tecnología: las mujeres utilizan menos internet que los hombres (74.8 por ciento contra 76.5 por ciento), las personas mayores a 55 años lo usan menos que las personas de 18-24, (42.4 por ciento comparado con un 93.4 por ciento), las zonas rurales reportan un uso de internet mucho menor del que hay en zonas urbanas (56.5 por ciento contra un 81.6 por ciento).

El mundo no se reinicia cada vez que una tecnología digital irrumpe, por más que llegue acompañada de promesas fantásticas y discursos “visionarios” de emprendedores. Las herramientas digitales y su grado de adopción en diferentes grupos de la sociedad se vuelven una esfera más en la que se perpetúan y amplifican desigualdades existentes.

—¿Cómo podemos reducirlas?

— En México se han implementado programas de alfabetización digital desde 1997, cuando la Secretaría de Educación Pública adoptó políticas para desarrollar habilidades digitales en estudiantes de primaria y secundaria. Desde entonces, el gobierno federal ha impulsado distintos programas orientados a reducir en nuestro país la brecha digital (división entre personas que pueden acceder y utilizan cotidianamente herramientas digitales y aquellas que no).

Desafortunadamente, el diseño y la implementación de algunos de estos programas no han hecho sino reproducir la desigualdad, por ejemplo, con coberturas que no abarcan todo el territorio nacional, o con enfoques muy limitados respecto a las habilidades que se busca desarrollar en los beneficiarios del programa.

Reducir la brecha no es una tarea sencilla porque no surge a partir de las tecnologías digitales. Quizá este es un caso en los que la retórica puede nortear nuestra imaginación; el uso mismo de la expresión “brecha digital” puede llevarnos al equívoco de imaginar dos categorías sociales claramente separadas, que sólo difieren por la cantidad de apps que utilizan e ignorar las múltiples variaciones culturales, económicas y sociales que hay en la población. Buscar una estrategia que funcione en todos los sectores o establecer métricas que sólo se enfoquen en el acceso a infraestructura son abordajes que probablemente sólo tengan éxito en maquilar informes oficiales.

Considero que un paso importante es diseñar programas que identifiquen necesidades y retos específicos que diferentes grupos de la sociedad tienen respecto a la tecnología; otro, integrar una diversidad de puntos de vista que se refleje no sólo en los grupos que se consideran objetivo de un programa, sino en el diseño de los mismos.

En la versión del mundo que estamos construyendo, utilizar tecnologías digitales desempeñará un papel cada vez más importante. Ahora mismo hay ventajas de los diferentes grados de familiaridad con estas tecnologías, desde tener un correo electrónico para acceder a servicios en línea del gobierno hasta acceder a recursos educativos durante una pandemia. Quizá parte de lo que debemos buscar al “reducir la brecha” consiste en aminorar el impacto negativo que tiene en la vida de las personas el estar al margen de las tecnologías digitales. No hacer a un lado el diseño de estrategias muy específicas, muy focalizadas, que establezcan prioridades y cuenten con una perspectiva realista de lo que se puede conseguir con los recursos de los que se dispone, pero, además, rechazar el tecnosolucionismo e imaginar y mantener opciones que tomen en cuenta las diferentes condiciones en que existimos.

Por último, tendríamos que ampliar nuestra perspectiva de lo que se considera alfabetismo digital. Pensarlo más allá de la familiaridad con dispositivos electrónicos y poner énfasis en la necesidad de pensar de manera crítica las herramientas tecnológicas, de una forma que permita cuestionar y reimaginar su diseño, su uso, y sus posibilidades en contextos específicos.