Alfonsina Storni: un rugido en el mar

Por Vianey Mejía (FFyL)

El día 25 de octubre conmemoramos el aniversario luctuoso de Alfonsina Storni, una poeta brillante y valiente, que luchó contra el cáncer de mama, el machismo y las diferencias de clase.

Nació el 29 de mayo de 1892, en el pueblo suizo de Sala Capriasca. A la edad de 4 años, ella y su familia se trasladaron a San Juan, Argentina, país en el que escribirá, se enamorará, devendrá madre y vivirá hasta sus últimos días.

Así recuerda su infancia en las tierras argentinas, durante el coloquio que el gobierno uruguayo realizó en enero de 1938, en honor a las 3 grandes escritoras el cono sur, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y la misma Alfonsina Storni:

 

«Van algunos recuerdos pintorescos al acaso.

Estoy en San Juan; tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causa en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de una puerta.
A los seis, robo con premeditación y alevosía, el texto de lectura en que aprendí a leer. Mi madre está muy enferma en cama; mi padre perdido en sus vapores. Pido un peso nacional para comprar el libro. Nadie me hace caso. Reprimendas de la maestra. Mis compañeras van a la carrera en su aprendizaje. Me decido. A una cuadra de la escuela normal a la que concurro, hay una librería. Entro y pido: —El Nene—. El dependiente me lo entrega: entonces solicito otro libro cuyo nombre invento. Sorpresa. Le indico al vendedor que lo he visto en la trastienda. Entra a buscarlo y le grito. Allí le dejo el peso y salgo volando hacia la escuela. A la media hora las sombras negras, en el corredor, de la directora y de aquel, encogen mi corazoncillo. Niego; lloro; digo, que dejé el peso en el mostrador; recalco que había otros niños en el negocio. En mi casa nadie atiende reclamos y me quedo con lo pirateado. […]
A los doce escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso: a la mañana siguiente […] unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces los bolsillos de mi delantal, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan.»

Como vemos, las letras estuvieron desde siempre unidas a su carne. Y es que, pese a todo pronóstico, Alfonsina se empeñó a ellas, aún contra las dificultades económicas y emocionales que atravesarían su vida, aún contra sí misma.

 

Entre gorras y grasa: el camino a la escritura

Con una familia en bancarrota, incursionó pronto en múltiples tareas: trabajó sirviendo mesas en el negocio de sus padres «El Café Suizo», fue empleada en una fábrica de gorras, entre otras. Inicia sus estudios para ser profesora rural y obtener así un ingreso económico seguro. 

A los 19 años se entera que estaba embarazada, pero al ser el padre de su hijo un hombre mucho mayor que ella, y casado, se convierte en madre autónoma. Por lo que se muda de Rosario a la ciudad de Buenos Aires para buscar un mejor empleo y calidad de vida para ella y su hijo.

Su situación emocional es difícil, el hombre del que se enamoró se aleja de ella y ahora tiene que enfrentarse a una sociedad que le reprocha ser madre “soltera”. Pero no se doblega, todavía hay mucha Alfonsina para rato, y en cambio inicia una lucha por el reconocimiento de los “hijos naturales” y sus derechos. 

Esta es una de las batallas ganadas por Storni: su derecho a la maternidad en una sociedad que no genera las condiciones para las maternidades libres y respaldadas, independientemente del estado civil de las mujeres. Da, entonces, a luz a su hijo Alejandro en 1912, con quien entablará una relación de profundo amor y a quien legará toda su obra.

 

La inquietud del rosal

Para entonces trabajaba redactando anuncios publicitarios en «Freixas Hermanos», una empresa dedicada a la importación de aceite, y a la que pudo ingresar luego de mucho suplicar que le concedieran la entrevista, ya que el empleo estaba dirigido sólo a hombres. Salió Alfonsina de la evaluación entre varones que hacían muecas burlonas, pero al pasar los días recibiría una llamada informándole que el puesto lo había ganado ella, claro con su ajuste salarial correspondiente: por ser mujer le pagaron la mitad de lo que se ofertaba en el anuncio. 

Así trabajó 4 años, a la par que aprendía a ser madre y se daba el tiempo para perfeccionar su escritura. Finalmente en 1916, con apenas 24 años, publica su primer libro de versos La inquietud del rosal: «¡Dios te libre, amigo mío, de La inquietud del rosal!… Pero lo escribí para no morir» diría su autora.

 

El acercamiento a los feminismos de su tiempo

Con esa enorme inteligencia que se deja ver en sus textos, pronto se da cuenta de las desigualdades a las que se enfrentan las mujeres, fenómeno que enunciará con ironía a lo largo de su obra, pero que también la llevará a acercarse a los activismos de su tiempo. 

Entre sus principales reflexiones al respecto estará la inexistencia del voto femenino en la Argentina, por lo que se une en 1918 a la Asociación Pro Derechos de la Mujer y para el año 1920 participa en un simulacro de voto femenino en la ciudad de Rosario.

Es cercana también a distintas organizaciones como la Unión Feminista Nacional y el Partido Feminista y desde su trinchera, las columnas periodísticas, empieza a compartir reflexiones sobre la condición de las mujeres y cubre eventos como la huelga de las telefonistas en el 19.

 

Su legado

A la par de su colaboración en periódicos como La Nota o La Nación, donde enviará su poema «Voy a dormir» como carta de suicidio, Alfonsina Storni perfecciona su arte: pronto se sumaron a su obra los poemarios El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920), Ocre (1925), Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938).

Muere el 25 de octubre del mismo año de su último poemario: 1938, luego de dejar todo trámite en orden para que sus propiedades materiales e intelectuales pasaran a la administración de su hijo Alejandro.

Se comunicó con él mediante 4 cartas y mandó su despedida pública al diario La Nación: su poema «Voy a dormir». Alfonsina venía luchando contra un cáncer de seno que no mejoraba y decidió que no sería el cáncer el que apagaría sus ojos. Se fue a dormir al mar.

 

Genealogía de las que escriben, un esbozo

Cada palabra usada en la rima de Storni es una invitación al duelo con fuego, cada frase suya es la constatación de la ternura.

Alfonsina instó a realizar una genealogía de mujeres en donde, además, figuraran las escritoras. Ese mismo año, durante el coloquio de enero, trazó una oda breve a las incipientes arborescencias de las mujeres creadoras:

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
Estaba todo aquello que se debía hacer;
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna. . . ¡Ah!, bien pudiera ser. . .
A veces, en mi madre, apuntaron antojos
De liberarse, pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en silencio lloró.
Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
Todo esto que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo, lo he libertado yo.

 

En el citado coloquio, a lado de Mistral e Ibarbourou, cerró su participación diciendo: “Gracias Gabriela, gracias Juana, por existir sobre la tierra y respirar a mi lado.”

Quien escribe te dice, Storni: “Gracias Alfonsina, por ser inspiración de vida, obra y batalla”.

Aquí puedes descargar el libro Nosotras y la Piel, una recopilación de las notas periodísticas de Storni, donde podrás ver de forma más directa su lazo con el pensamiento feminista: Haz click aquí.