Sandra Lorenzano | Milenio

Artículo publicado el 9 de octubre de 2020

La ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020 es dueña de una poética del desamparo que sabe, al mismo tiempo, a miel y a óxido.

“Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”, escribe Louise Glück en Proofs and Theories. Yo leo los versos de la propia Glück para escuchar esa voz cuya esencia cristalina no la vuelve frágil sino profundamente poderosa. Su presencia está aquí, como si su jardín fuera mi jardín; sus muertos, mis muertos; su silencio, mi silencio.

En nuestra familia, todos aman las flores./ Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:/ sin flores, solo herméticas fincas de hierba/ con placas de granito en el centro:/ las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras/ llena de mugre algunas veces…/ Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo./ Pero en mi hermana, la cosa es distinta:/ una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre/ a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo./ Cada primavera, espera las flores. /Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende/ que es mi madre quien paga; después de todo,/ es su jardín y cada flor/ es para mi padre. Ambas ven/ la casa como su auténtica tumba./ No todo prospera en Long Island./ El verano es, a veces, muy caluroso,/ y a veces, un aguacero echa por tierra las flores/ Así murieron las amapolas, en un día tan solo,/ eran tan frágiles… (“Amante de las flores”, traducción de Abraham Gragera López).

Con poemas de una belleza que lleva a lo cotidiano pero a partir del recogimiento de un cierto misticismo naturalista, su historia —hilada a lo largo de doce libros de poesía— se cuenta desde una mirada que es casi de testigo, como quien mira lo que les sucede a los demás, pero sabiendo que esa mirada es a la vez la que teje su propia interioridad.

Al final del sufrimiento/ me esperaba una puerta./ Escúchame bien: lo que llamas muerte/ lo recuerdo. Así comienza el poema “El iris salvaje”.

Una poética del desamparo que sabe, al mismo tiempo, a miel y a óxido. No sé si me explico. No encuentro más explicación que esta sensación de quedarme en carne viva ante sus palabras. O mejor: recupero el término que algún crítico dejó caer cierta vez: “perplejidad”. Conmoción, perplejidad, un soplo al oído que de pronto me causa gracia, y un escalofrío o una punzada tal vez —ay— en el ego que ya se paseaba orondo sintiéndose parte del deslumbrante universo poético, cuando nuevamente se me pierde el hilo y quedo a la intemperie.

Recuerdo ahora esa dolida y culposa confesión de Telémaco que intenta desprenderse del reclamo infantil. Y quizá ésta sea una línea que nos guíe en la lectura de los versos: la pregunta por aquello que dimos por sentado y que muy tempranamente descubrimos perdido. Los textos se tejen entonces alrededor del asombro, del silencio y de esa ironía que tan bien le hace a la poesía en lengua inglesa: No tendría yo mucho/ tacto si les recordara/ que uno/ no honra a sus muertos/ perpetuando sus vanidades, sus/auto-proyecciones (de “El dilema de Telémaco”, traducción de Berta García Faet).

Que glück en alemán quiera decir “felicidad” es hoy sólo una manera de reforzar mi estado de ánimo. No me gustan las apuestas, ni las predicciones, ni nada de lo que ronda por las redes sociales y los medios en los días previos al esperado anuncio. Por eso saber que este nombre no circuló entre los “elegibles” le da un plus que me encanta.

Que la mayor parte de su obra esté publicada en español por la editorial Pre-Textos, una de las grandes editoriales de poesía en nuestra lengua, es otro elemento para la felicidad. Ha dicho Manuel Borrás, fundador de la editorial: “el premio ha sido totalmente inesperado. Tú publicas, apuestas por un autor, absolutamente nadie te hace caso y le tienen que dar un Premio Nobel para que le paren bola. Los premios son útiles cuando nos descubren a alguien tan bueno”.

Y finalmente, más allá de modas y mafias literarias, de influencers y opinadores, más allá de que el último año Glück sólo haya vendido 200 libros en español, hacer que el mundo descubra hoy a una creadora como ésta, es responder a aquella desgarrada pregunta de Hölderlin, cuya respuesta él mismo conocía: “¿Para qué poetas en tiempos de penurias?” Leerla es escuchar también esa voz.