César Astudillo

No podemos negar que la cultura machista logró anidarse históricamente al interior de la comunidad universitaria, de manera semejante a como lo hizo en nuestra sociedad, y que la violencia de género, el acoso y el bullying como sus principales manifestaciones se incubaron profundamente en la UNAM como un reflejo a escala de nuestros grandes problemas nacionales.

Frente a una realidad que lastima día con día a nuestras alumnas, distintos grupos estudiantiles emprendieron una legítima lucha para reclamar acciones eficaces que detengan y erradiquen la violencia hacia ellas en todas sus manifestaciones; reclamos que no han estado exentos de oportunistas infiltraciones externas de quienes, tomando la bandera feminista, buscan una perversa injerencia sobre la Universidad a través del vandalismo y la desestabilización.

Pero si algo caracteriza a la Universidad de la nación, nuestra Universidad, es que al interior de sus estructuras administrativas, en sus facultades, escuelas, institutos y centros cuenta con estudiantes, trabajadoras, académicas y directoras intelectualmente poderosas y aguerridas, con plena consciencia de género, dispuestas a aportar sus conocimientos y talentos en beneficio de uno de los cambios más profundos a que se haya sometido la Universidad desde su fundación: hacer que la igualdad de género penetre en prácticamente todos los extremos de la vida universitaria, en sus instancias académicas, órganos representativos, de justicia y de gobierno, y además, que la perspectiva de género impacte transversalmente en la docencia, la investigación, la difusión de la cultura, y en todas las políticas anuales, las decisiones institucionales e, incluso, en los planes y programas de estudio.

Ante ese grupo de mujeres el rector Enrique Graue expuso un diagnóstico en el que subrayó que aún nos falta mucho por hacer, e hizo públicas las 20 acciones concretas que se impulsaran dentro de la UNAM mediante un programa permanente de género cuya implementación, seguimiento y evaluación estará a cargo de una nueva Coordinación de igualdad vinculada directamente a la rectoría.

El rector fue enfático en advertir que difícilmente vamos a alcanzar una armónica convivencia universitaria si no tomamos medidas para desmantelar las estructuras culturales fuertemente machistas que persisten entre nosotros; por ello, anunció la elaboración de un código de conducta, así como la realización de foros, diplomados, especialidades y congresos para enraizar la perspectiva de género en nuestros estudios, y ordenó el lanzamiento de un curso de sensibilización al que deberemos concurrir todos, desde los alumnos de nuevo ingreso, los profesores,
académicos, directores, funcionarios e incluso el Rector, como el mismo lo comprometió.

Estamos en presencia de un cambio de dimensiones inusitadas orientado a inscribir la igualdad de género entre los valores más preciados del espíritu universitario, el cual nos convoca a todos, pero esencialmente a los hombres, a conformar nuestras acciones públicas e individuales hacia su consecución, comprometiéndonos a acompañar solidaria y responsablemente su inmediata realización, con la enfática advertencia de que no habrá impunidad para quienes persistan en su agresión hacia las universitarias.

El mensaje es elocuente porque patentiza que la UNAM mantiene su capacidad de cambiar, adecuarse y responsabilizarse bajo el respaldo de la gran fuerza intelectual de una comunidad movida por convicciones exclusivamente académicas, y porque lanza también un explícito mensaje de que no necesitamos que ningún impulso injerencista exterior, vinculado a grupos políticos multicolores, intenten decirnos cómo atender los problemas que únicamente nos conciernen a las y los universitarios.

Estamos, en consecuencia, ante la más diáfana muestra del uso responsable de la autonomía que nos ha sido constitucionalmente reconocida. Cambiando por nosotros mismos a través de un amplio encuentro de voluntades, con los medios al alcance de la comunidad universitaria, y de la mano de una directiva rectoral que orienta a su comunidad en la dirección correcta en función de un noble objetivo a promover y realizar.

Y es, al mismo tiempo, un llamado al dialogo franco entre universitarios y universitarias, sin máscaras, viéndonos a los ojos y reconociéndonos parte de una misma comunidad que lucha incesantemente por remover los obstáculos que al día de hoy mantienen a las mujeres lejos de una vida digna ajena a la violencia. En este tránsito no hay lugar para represalias, sino para extendernos la mano y darnos un abrazo conmovido, conscientes de que la lucha de nuestras estudiantes y de las mujeres mexicanas han encauzado un cambio sustantivo que marcará el destino de nuestra Universidad y del país.

 

Publicado en El Universal.